Cómo afrontar la ansiedad
En el mundo animal, la ansiedad está presente en todos los seres y se activa cuando el cerebro registra que hay un peligro que pone en riesgo la supervivencia.
Se suele definir la ansiedad como una respuesta de anticipación involuntaria del organismo que se desencadena tanto por estímulos externos o situacionales como por estímulos internos –pensamientos, ideas, imágenes–, que son percibidos como peligrosos o amenazantes. En la mayoría de los casos, estos comportamientos son aprendidos y se anticipan a la posible amenaza, por lo que los datos biográficos y experiencia personal del sujeto, sus rasgos de personalidad, sus aprendizajes y los refuerzos recibidos son elementos constitutivos del tipo de respuesta dada.
La ansiedad en niveles normales tiene una función activadora que nos prepara para responder a situaciones novedosas; facilita nuestra capacidad de respuesta adaptativa física y psicológica, ayudándonos a resolver mejor situaciones desconocidas o inhabituales. Así, ser ansioso no quiere decir tener cierta ansiedad cuando es oportuno, porque eso es algo saludable.
En determinadas situaciones, sin embargo, la ansiedad es excesiva en intensidad, frecuencia o duración, dejando de ser una respuesta normal; en otras situaciones, la desencadena miedos que sólo están en nuestra imaginación, y nos bloquea y nos incapacita para tomar una decisión y poder ver la realidad tal cual es. Es entonces cuando esa ansiedad ya no nos va a ayudar y, en cambio, nos produce alteraciones en nuestro funcionamiento emocional y funcional. En ese momento las sensaciones físicas que se experimentan resultan desagradables: palpitaciones, sudoración, temblor, sensación de falta de aire, opresión en el pecho; psicológicamente, las sensaciones y los sentimientos son incómodos: sensación de miedo, sensación de muerte inminente, de extrañeza; también pueden aparecer aspectos motores que suelen implicar comportamientos poco ajustados y escasamente adaptativos: hiperactividad, movimientos repetitivos, tartamudeo, dificultad en la expresión verbal, paralización motora, movimientos torpes y desorganizados y conductas de evitación.
Según sea nuestro patrón de respuestas, puede hablarse de un estado de ansiedad generalizada –cuando se instala en nosotros de forma permanente a lo largo de todo el día o está presente la mayoría de nuestros días, provocándonos una sensación de sufrir por todo, de estar preocupados por todo–, o bien de un estado caracterizado por un nivel de ansiedad prácticamente normal pero que puntualmente y durante un tiempo concreto brota con una intensidad muy elevada de los síntomas físicos y psicológicos; en este segundo caso, lo que nos provoca es miedo a sentirnos mal en un momento o en una situación concreta, como sucede en el trastorno de pánico, en las fobias específicas (miedo a volar, claustrofobia, miedo a la sangre, a las alturas, a algunos animales..), o la fobia social. Otras formas clínicas de ansiedad son el estrés agudo, el trastorno obsesivo compulsivo y el trastorno de estrés postraumático.
Cómo reducir la ansiedad
Para tratar la ansiedad, en primer paso es identificar la causa –interna o externa– que la desencadena. En muchos problemas de ansiedad encontramos una causa externa clara: un problema laboral, un situación de dificultad en nuestra relación de pareja, una enfermedad en un familiar que nos tiene preocupados, un problema económico, mucho estrés…
El segundo paso es aprender a controlarla, reducirla en intensidad y duración. Algunos hábitos y técnicas sencillas nos pueden ser de gran ayuda:
· Practicar una técnica de relajación: Técnicas de relajación muscular, técnicas de meditación o de minddfuness, técnicas de control de la respiración, cualquier técnica nos puede ser de utilidad.
· Hacer ejercicio. El gasto de energía y las endorfinas que se generan después de hacer una actividad física ayudan a reducir la ansiedad. Lo importante no es realizar una actividad muy intensa un día sino ser constante todos los días.
· Cuidar el orden. Tener un entorno ordenado, limpio, donde impera un sentido de control nos trasmite tranquilidad y ayuda a rebajar nuestra ansiedad.
· Evitar el consumo de estimulantes como el café o las bebidas alcohólicas. El alcohol, particularmente, es un depresor, y aunque momentáneamente nos puede proporcionar una sensación placentera y relajarnos, intensifica la depresión y ansiedad.
En general los cuadros de ansiedad responden muy bien al tratamiento psicoterapéutico, si bien en ocasiones se precisa una combinación de tratamiento psicoterapéutico con el farmacológico.