Cómo poner límites y normas a los niños
Los factores socioculturales que definen el estilo de vida moderno están presentes en la incertidumbre que esos padres tienen sobre cómo proceder con sus hijos. No es infrecuente que las familias expresen su preocupación a los especialistas por el temor a desilusionar a los hijos o que muestren consternación ante el miedo de provocar su frustración.
A todos los padres se les presentan a menudo situaciones de imposibilidad de satisfacer un deseo de sus hijos. La frustración es una respuesta emocional común a la oposición. Es oportuno recordar las palabras del neuropsiquiatra y psicoanalista alemán Fritz Perls: o bien el niño crece y aprende a sobreponerse a la frustración o se transforma en un malcriado. Que un niño pequeño grite, rabie o patalee cuando no se le proporciona o no consigue aquello que desea se debe interpretar como una respuesta normal. Es bueno que el niño se enfade. Los padres tienen que comprender que ciertas cosas provocan frustración, y que esa frustración se manifestará con llantos, gritos, rabietas e incluso golpes e insultos. Por este motivo, es necesario aprender a tolerar la frustración de los hijos y admitir las manifestaciones consiguientes como respuestas normales en el proceso de autoafirmación del niño.
Las primeras conductas de autoafirmación se manifiestan desde muy corta edad. Entre los 18 meses y los 3 años el niño inicia el descubrimiento de sí mismo –reconoce su nombre y se identifica como alguien diferente de sus padres–, comienza a decir mío, aprende a decir no y muestra los primeros enfados, proceso necesario y previo a la formación de una identidad propia. También intentar hacer lo que desea y cuando lo desee.
La respuesta de los padres en esos momentos debe ser una actitud de respeto, no respondiendo al enfado con nuestro enfado, evitando reñirles o castigarles, y muy importante también, sin negarles nuestro cariño. Se trata de poner límites sin que el niño se sienta herido o desairado. Lo que se limita es la conducta, no los sentimientos que la acompañan, de tal manera que no afecten el respeto y la autoestima del niño. A un niño se le puede decir “no”, pero no se le debe reprimir una emoción o sentimiento. Ahora bien, no prohibamos solamente «para marcarle límites» o «para que se acostumbre a obedecer».
Algunas pautas útiles que debemos tener presentes para poner límites y normas a los hijos:
- Expresar con claridad la conducta problema (lo que queremos que haga o que deje de hacer). Para ello, utilizaremos un lenguaje claro y concreto. Es bueno pararse a pensar antes de impartir una instrucción en cómo la vamos a transmitir. Un límite o una norma deben ser bien definidos, con frases cortas y términos precisos. Es conveniente utilizar un lenguaje asertivo que comunique con seguridad lo que tiene que hacer (o que no hacer). Por ejemplo, si pretendemos que el niño recoja los juguetes de su habituación antes de irse a dormir es preferible decirle al niño “recoge los juguetes” a expresar esa misma indicación en forma de pregunta: ¿quieres recoger los juguetes? En todo caso, debemos tener siempre presente no pedir cosas que el niño no pude hacer.
- Ser constantes con las normas. Es importante ser persistentes y repetitivos. Siguiendo con el ejemplo anterior de recoger los juguetes, debemos mantener la firmeza en el cumplimiento. Las normas que se cumplen aleatoriamente confunden al niño e impiden establecer una rutina. Una vez que fijamos una norma, es importante que el niño cumpla lo que le pedimos. En el ejemplo que venimos comentando, si pedimos al niño que recoja sus juguetes y acabamos recogiéndolos nosotros, difícilmente llegaremos a establecer esa rutina. Las normas tienen que ponerse en práctica día a día. Si somos inconstantes en la observancia, fomentamos resistencias al cumplimiento y será difícil que se establezcan como rutinas.
- Mantener la firmeza en el cumplimiento. Es preciso ser consecuentes con las decisiones tomadas. Las órdenes que se incumplen, los castigos (consecuencias) que olvidamos o modificamos una vez anunciados, provocan una pérdida de autoridad.
- Desaprobar la conducta, no al niño. Evitar calificar al niño, centrándonos exclusivamente en la conducta problema. Debemos dejar claro que la desaprobación está relacionada con su conducta y que no compromete nuestro afecto. Si el niño no ha recogido los juguetes, en lugar de decir “eres malo” diremos “eso está mal”.
- Acentuar lo positivo. Se debe prestar mucha atención para destacar los avances y éxitos que se produzcan. Por ejemplo si un niño está aprendiendo a vestirse solo, podemos elogiarle por cada prenda que sea capaz de ponerse. Asimismo, es más oportuno enunciar de forma positiva una instrucción (“habla bajo, así te comprendo mejor") que formularla de forma negativa (“no grites").
- Cuidar el lenguaje verbal y no verbal de la comunicación. Hablar con voz sosegada y firme. Para pedirle algo al niño no se precisa utilizar una voz severa ni un tono elevado. También hay que manifestar coherencia entre lo que transmitimos y tono de voz, gestos y expresión facial. Los límites se aplican mejor con un tono de voz seguro y un gesto serio en el rostro. Cuando le decimos a un niño pequeño “no, eso no se hace”, pero al mismo tiempo nos hace mucha gracia y nos reímos, la acción y las palabras no coinciden y el mensaje se invalida porque el niño responde a la acción y no a las palabras.
- Controlar las emociones. Los límites deben marcarse con afecto, utilizando un tono de voz normal. Debemos controlar, por consiguiente, nuestras emociones, eludiendo expresarnos con gritos, enfado o autoritarismo. En cambio, en lugar de criticar al niño podemos comunicarle los sentimientos que producen sus acciones o actitudes (“Me enfado cuando dejas tu habitación sin recoger”)
- Ofrecer una alternativa. En muchas ocasiones podremos proponer una alternativa aceptable, dándole la posibilidad de decidir entre dos opciones. El niño lo percibirá de forma menos negativa, tendrá sensación de poder y de control, se sentirá compensado, al mismo tiempo que se reducen las resistencias. Si sólo se le dice “no” sin mostrarle alternativas se sentirá castigado. Así, por ejemplo, si el niño ha cogido el pintalabios de su madre, se le puede decir “con eso no se juega, que es de mamá; te dejo un lápiz y un papel para que pintes”. Al ofrecerle alternativas, le estás enseñando que sus sentimientos y deseos son respetados. También es posible proponer “te lavas los dientes antes o después de ponerte el pijama, pero es importante que te los laves”; de esta forma ayudamos al niño a tomar decisiones y a asumir la responsabilidad de sus acciones.
- Explicar el porqué. Los límites y normas deben plantearse como una oportunidad de aprendizaje. Por esta razón, han de explicarse y justificarse ante los hijos de forma razonable a su edad. Cuando no se realiza así, el niño no entenderá porqué son así y puede reaccionar con rebeldía. La respuesta “porque sí” o “porque yo lo digo”, no sirve. En cualquier caso, debemos evitar una larga explicación, siendo preferible manifestar la razón en pocas palabras.
- Establecer límites y normas fijos, consistentes y predecibles. Tanto las normas como los límites deben ser los mismos (con la flexibilidad que dicta el sentido común) independientemente de la situación, del estado de ánimo, la presencia de otras personas, etc. Cuando el niño sabe que siempre sus padres actúan con un mismo patrón, tendrá en cuenta la norma y la respetará. Es por ello que el límite debe expresarse por anticipado, para que las normas sean claras y conocidas con anticipación por el niño. De la misma forma, las consecuencias del incumplimiento deben definirse asimismo por anticipado.
Educar es tomar decisiones constantemente. El establecimiento de normas y límites en el contexto familiar supone uno de los factores de protección más eficaces para reducir la aparición de posteriores conductas desadaptadas. Debemos aceptar, sin embargo, que no somos perfectos y no debemos angustiarnos si en alguna ocasión nos equivocamos. También debemos tener presente que cuando tenemos dudas, es mejor pedir orientación o ayuda a un profesional.
En Ana Hurtado de Mendoza, psicólogos, somos expertos en psicología infantil y juvenil.