Cultura del esfuerzo
Si uno no nace con el talento de los genios, puede fabricarse al menos un sucedáneo a base de terquedad, perseverancia y esfuerzo”
(Mario Vargas Llosa)
Una de las contradicciones de nuestra sociedad de bienestar es la creciente infravaloración del esfuerzo. Vivimos instalados en la cultura del placer y el concepto de esfuerzo como valor parece haber sido abandonado en nuestros días. Invertir tiempo y esfuerzo en conseguir algo valioso o que merece la pena, mostrando resistencia o venciendo obstáculos si fuese preciso, ha llegado a resultarnos insólito o absurdo. El esfuerzo, en cuanto sacrificio o renuncia de algo agradable, posee exclusivamente connotaciones negativas, un término emparentado con el sufrimiento, y por tanto, incompatible con las gratificaciones positivas de la vida, con el bienestar, el placer o la felicidad.
La ética del esfuerzo mínimo ha creado un ambiente, una cultura, un estilo, en menoscabo de valores básicos como el esfuerzo, la responsabilidad o el sentido del deber. Es la cultura de que se puede aprender un idioma con dedicarle solo 10 minutos al día, que sin esfuerzo y comiendo lo que nos complazca podemos bajar de peso con una dieta milagro o que podemos moldear un cuerpo de atleta o supermodelo mientras estamos confortablemente tumbados en un sofá viendo nuestra serie favorita de televisión, mensajes todos enfocados al logro de algún propósito a través de un esfuerzo casi nulo y que se nos proyectan incesantemente a través de los medios de comunicación, las redes sociales o la publicidad.
Estamos acostumbrados a buscar soluciones fáciles para alcanzar las metas, padecemos de una verdadera compulsión por el éxito inmediato, no tenemos paciencia cuando queremos conseguir resultados. Con estos valores, nuestra sociedad ha construido un credo del facilismo, un relato moral basado en la concepción del beneficio máximo con el mínimo esfuerzo. Y estos son los valores que estamos transmitiendo a nuestros hijos, habiendo desterrado de la educación la noción del esfuerzo como palanca que nos impulsa hacia la consecución de nuestros objetivos más valiosos, que el éxito es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día tras día y sólo se alcanza con perseverancia y esfuerzo.
Es preciso que nos cuestionemos ese amplio conjunto de valores que se manifiestan en nuestro modo de vivir actual de “lo quiero todo ya y sin esfuerzo” y ofrecer modelos adecuados a los hijos. Necesitamos recuperar la cultura del esfuerzo entendido como acción enérgica que nos hace vencer obstáculos para conseguir un fin. Es urgente romper el vínculo con esa cultura del facilismo que desdeña el esfuerzo como garantía de progreso personal. Gary Marcus, psicólogo cognitivo e investigador de la Universidad de Nueva York, lo expresa de forma rotunda: “Saber, ¡claro que sabemos lo que tenemos que hacer!, pero nos resulta mucho más fácil hacer lo que nos apetece”.