El efecto instragrammanía
Uno de los rasgos que definen a nuestra época es el culto a la personalidad destacada y la exposición permanente del “yo”, puesta de manifiesto en una verdadera legión de instagramers dedicados a mantener una presencia constante en cualquiera de las plataformas sociales. Así, cada día es más habitual encontrarnos con personas que se retratan continuamente en público o en una privacidad fingida, que fotografían tanto como sea posible, en cualquier momento o situación, hasta en los instantes más cotidianos y banales, sin más objeto que publicar esas imágenes en su red social, casi siempre acompañadas de frases que persiguen crear impacto e informar de sus impresiones sobre hechos que en la mayoría de las ocasiones son completamente desustanciados.
Cualquier lugar se convierte en el decorado perfecto para hacerse selfies y cualquier circunstancia es una oportunidad para la autopromoción del yo y buscar la visibilidad. Hemos llegado a un punto en el que es imprescindible demostrar a través de una foto o un vídeo subido en redes sociales, dónde se ha viajado, qué se ha comido, la última adquisición o experiencia. Más que el disfrute de algo, lo que interesa es la resonancia, la difusión del hecho, la visibilidad mediática. Todo se reduce a un decorativismo exhibicionista, a un anhelo por deslumbrar, a llamar la atención y ser el centro de mirada de los demás.
La predisposición a sentirse excesivamente importante y hacer alarde de nuestro punto de vista como si fuera especial y deseable, perseguir la atención positiva de los demás, desear atraer la luz de los focos, son algunos de los rasgos que definen a una personalidad narcisista. Embriagados en nuestro yo, buscamos la aprobación o validación de los amigos/seguidores en las redes sociales para sentirnos bien con nosotros mismos, envanecidos en el estrecho mundo de un yo hipertrofiado y autorreferencial.
¿Qué impulsa esta propensión a la divulgación y búsqueda de la reafirmación social? Según la investigación realizada por Diana I. Tamir y Jason P. Mitchell de la Universidad de Harvard [Disclosing information about the self is intrinsically rewarding], las personas otorgan un alto valor subjetivo a las oportunidades de comunicar sus pensamientos y sentimientos a los demás y hacerlo activa los mecanismos neuronales y cognitivos asociados con la recompensa.
Las redes sociales conectan directamente con el sistema de gratificación de nuestro cerebro por hablar sobre nosotros mismos. Esta gratificación nos puede volver adictos porque no satisface, sino que estimula nuestros deseos. Cuando estas tecnologías son usadas de manera abusiva o tóxica, y cuando la sobreexposición en busca de la valoración, reconocimiento y atención actúa como recompensa intrínseca, fácilmente nos puede sobrepasar para convertirnos en yonquis del chute de dopamina que proporcionan las redes sociales.
La nueva realidad la ejemplifica perfectamente Heston Blumenthal, chef y propietario de un restaurante con tres estrellas Michelín: “Antes la gente sacaba fotos de su familia, ahora se empeñan en fotografiar platos”. Y es que lo verdaderamente importante es el escaparate social, contar con espectadores y espejos de todas las actividades.