El valor de la simplicidad
Al mismo tiempo, vivimos en lo que Norbert Bilbeny, catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona, denomina “el sueño del yo ficticio", dejando que la tecnología nos arrastre a un mundo donde la realidad pierde buena parte de su sentido.
Desde los medios y las redes sociales se enfatizan patrones de conducta artificiales, se fomenta la escenificación de formas fingidamente originales y diferentes como valor identidad, se nos exhorta con la idea engañosa de que una buena vida consiste en consumir, experimentar y viajar todo lo posible.
La asociación de felicidad y consumo se ha convertido en una de las grandes señas de nuestro tiempo. Frecuentemente tratamos de conducirnos en nuestra vida cotidiana bajo un paradigma psicosocial basado en la ética del triunfo y la búsqueda a ultranza de un estadio de plenitud, cuando no ajustamos nuestro comportamiento y decisiones a los dictados de influences.
Sin darnos cuenta, nuestras vidas se han convertido en el escenario de una carrera enloquecida que nos resulta ya casi imposible gobernar, entregados a la creencia de que no hay más valor que el éxito, que ganar dinero, que disfrutar, que tener experiencias. Lo único que nos importa es la emoción inmediata, el presentismo. Pero, como afirma el psicólogo danés Svend Brinkmann, profesor de la Universidad de Aalborg, “vivir según la emoción inmediata es desesperante porque todo se agota muy rápidamente. Y entonces necesitas más y más, y más, y más. Y ya no eres una persona libre”.
Necesitamos pararnos a pensar en lo que realmente es importante para poder redefinir nuestras prioridades y modificar algunos aspectos de nuestro estilo de vida. Y para ello, resulta muy eficaz el realizar el ejercicio intelectual de convertir la simplicidad en un hábito de pensamiento y de acción, cambiar ciertas rutinas mentales y de conducta, recuperar un poco de tiempo para nosotros mismos, olvidarnos de la costumbre de ser multitareas y poner freno a la sobreestimulación a las que estamos sometidos casi de continuo.
Algunos pequeños cambios nos procurarán un mayor y más profundo bienestar personal: hacer más sencillo nuestro ocio, valorar más las sencillas experiencias cotidianas que las insólitas aventuras o las posesiones materiales, apartarse de la rutina acelerada, dejar de perseguir la notoriedad evanescente que nos eleve sobre los demás.
Como asimismo afirma Svend Brinkmann, “Si te centras en lo que ya es realmente importante, lo más probable es que ya tengas lo necesario. En cambio, si me comparo con los demás y veo que hacen más que yo, que experimentan más que yo, que tienen más éxito que yo, eso me lleva a frustrarme, es terrible”.
Qué hacer
- Intentar recuperar el valor de la amistad y compartir nuestro tiempo con las personas reales en sustitución de las risueñas vidas inventadas de las redes sociales. Aunque hoy muchos de nosotros habitamos dos mundos: el físico y el virtual, los seres humanos seguimos siendo seres físicos, y no todo puede digitalizarse.
- Aprender a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida que tenemos al alcance de la mano: un momento de relax, un paseo en la naturaleza, la lectura de un libro, una tarde en el sofá bajo una manta con una taza de té.
- Poner límites a la vorágine digital y a la hiperconexión ininterrumpida. Apagar el teléfono y desconectar del trabajo durante los momentos que pasamos con la familia o con los amigos.
- Refrenar la prontomanía, esa obsesión por responder al instante a cada estímulo de nuestro smartphone.
- Moderar el consumismo, reduciendo la adquisición inmoderada de tantas cosas que realmente no necesitamos, aprendiendo a distinguir lo superfluo de lo necesario.
- Tomar decisiones con sentido crítico cada vez elijamos un producto, un servicio, una idea o un valor, atendiendo a nuestros criterios y necesidades personales, sin dejarse llevar por lo que dictan la moda, la publicidad o influencers.
- Aceptar desprenderse de todo lo superfluo, de los objetos que han dejado de tener utilidad pero que no tenemos el valor de separarnos de ellos.
- Disfrutar del silencio. En soledad podemos tomar distancia de las cosas, nos facilita dejar un tiempo de reposo a los quehaceres que emprendemos tan aceleradamente, pausar el frenético ritmo de nuestra forma de vida en el que no tenemos sosiego para nada. El silencio, además, es necesario para nuestra salud mental –el cerebro y el sistema cardiovascular precisan de espacios y momentos silenciosos para relajarse– y emocional.