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Las raíces de la infelicidad

10 de febrero de 2017
Infelicidad

“Tengo todas las condiciones para ser feliz, salvo la felicidad”. 
(Fernando Pessoa. La educación del estoico)

Todos nos relacionamos diariamente con personas enfadadas, malhumoradas, amargadas. Gente con un gesto adusto a quien nos resulta extraño imaginarnos sonreír o manifestar alegrías. ¿Qué es lo que les hace vivir a esas personas en un estado de aflicción, de desconsuelo e infelicidad? ¿Por qué hay personas que disfrutan de la vida y otras que no?

La ciencia moderna, particularmente los avances de la psicología y la neurología, nos han revelado que la infelicidad tiene sus raíces en la manía del cerebro de aferrarse a convicciones falsas y que nuestro estado de ánimo es el resultado de nuestros pensamientos.

La experiencia nos dice que cuando estamos alegres, vemos las cosas –a nosotros mismos, lo que nos sucede y la vida en general– de una forma positiva; en cambio, en otros momentos, si nos encontramos bajos de ánimo, tenemos una percepción bien distinta.

Los pensamientos, emociones y conductas, no son fenómenos que se desarrollen en forma aislada unos de otros. Cada uno de nosotros tenemos un estilo cognitivo, esto es, una forma particular de mirar e interpretar el propio yo, el mundo que nos rodea y el futuro. Esa interpretación que hacemos condiciona nuestro estado de ánimo.

El mecanismo que activa ese proceso es el discurso interno que cada uno de nosotros procesamos en función de nuestras propias creencias, valores, actitudes y expectativas; cuando la interpretación es positiva, las emociones resultantes también lo serán; de la misma forma, cuando la interpretación es negativa, nuestras emociones serán igualmente negativas.

La infelicidad tiene mucho que ver con la forma en que una persona gestiona sus emociones. Detrás de una visión pesimista de la vida y del mundo se esconde un pensamiento negativo que hace que tengamos una interpretación del mundo adversa y hostil. Y sin embargo, la mayoría de las veces en las que nos sentimos tristes o deprimidos es porque tenemos pensamientos irracionales.

Un pensamiento es racional (según definición de Ramón Gaja, director del Instituto Superior de Estudios Psicológicos) cuando está en consonancia con un acontecimiento verificable, real, cierto, que ha activado ese pensamiento; en contraposición, un pensamiento es irracional (según este mismo autor) cuando no se puede verificar con la realidad y provoca emociones desmesuradas que no están en consonancia con el acontecimiento que ha activado el pensamiento.

Debemos diferenciar, no obstante, entre el sufrimiento causado por un hecho concreto –la pérdida o enfermedad grave de un ser querido– y la infelicidad. Algunas cosas que nos provocan un sufrimiento son ajenas a nosotros y no las podemos controlar, como se refleja en el ejemplo anterior; en cambio, nuestros pensamientos dependen de nosotros mismos. Decidir sobre el propio pensamiento, así como las actitudes y conductas, sí está en nuestras manos.

Aunque no podamos conseguir la felicidad como estado perfecto, es posible reducir los niveles de sufrimiento que nosotros mismos nos generamos y que nos hacen ser infelices, porque, como afirma la neuroanatomista Jill Bolte Taylor, en cada uno de nosotros está “el poder de elegir en cada momento quién es y cómo quiere ser en el mundo”.

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