Los errores más comunes de los padres
Saber qué hacer en cada situación y cómo resolver cada uno de los conflictos que plantean la crianza y el desarrollo de un niño no es fácil. En su deseo de educar de la mejor forma posible, muchos progenitores tienen una desmedida presión, lo que provoca muchas inseguridades, miedos y angustias.
La ciencia y la investigación afirman que la primera infancia es la base fundamental para el futuro desarrollo integral de la persona. También nos dicen cuáles son las herramientas más idóneas para que los niños desarrollen sus habilidades cognitivas, emocionales y sociales de manera adecuada. Sin embargo, no existen fórmulas perfectas para educar, aunque sí existe un consenso general respecto a qué no es conveniente hacer. No es inusual comprobar cómo muchos padres potencian hábitos inadecuados en los hijos sin ser conscientes de ello.
Según los expertos, éstos son los errores los errores básicos que se deben evitar:
· La falta de unidad de criterio entre los padres. La disparidad de criterios entre los progenitores representa una de las acciones desacertadas más comunes y perjudiciales en la educación de los hijos. Si el niño recibe mensajes contradictorios y no tiene unas referencias claras, no sabe a quién hacer caso, se siente perdido, y finalmente se servirá de esas discrepancias para hacer lo que quiere. «Siempre es mejor equivocarse juntos que acertar por separado», afirma la pedagoga y orientadora familiar Victòria Gómez Serés, para quien debemos evitar frases de uso tan común como “pregúntaselo a tu padre” o “lo que diga tu madre”.
· La falta de constancia en las reglas. Un principio básico de cualquier estrategia que quiera establecer, modificar o eliminar conductas en los niños es la constancia en su aplicación. La falta de firmeza y perseverancia generará confusión e inseguridad en el menor.
· Los roles familiares confusos. «En la familia no hay que perder los roles. Uno es el padre y otro el hijo», afirma Javier Urra. Tampoco es una democracia. Los padres representan las figuras de autoridad y deben mantener esa jerarquía dentro de la familia, ejerciendo en todo momento su función materna y paterna, y no deben pretender ganarse la confianza de los hijos convirtiéndose en sus amigos.
· La sobreprotección. No dejar hacer a los hijos aquello para lo que ya están capacitados representa uno de los errores más dañinos para el desarrollo evolutivo y adquisición de autonomía de los hijos. La sobreprotección impide que el niño adquiera las competencias emocionales básicas para valerse por sí mismo.
· La presión de la exigencia. Muchos padres anhelan tener hijos perfectos, embarcándose en una forma de crianza intensiva para que estén provistos con la suma de habilidades que les permita alcanzar el mayor grado de excelencia y éxito.
· Ocultar el lado feo de la vida. «La vida hay que mostrarla como es –dice Javier Urra–. Hay que llevarles a ver al abuelo con demencia que dice cosas sin sentido, que huele mal por su incontinencia, pero que quiere a su nieto y al que hay que querer. Que le dé un beso. Es la verdadera vacuna para convertirle en un ser sensible, afectivo, cariñoso. No hay que ocultarle que la vida es un conflicto».
· Olvidar que el ejemplo vale más que mil palabras. Los padres son el principal modelo de conducta de los hijos. No sólo a través de la interacción directa con ellos, también en la interacción indirecta, con los ejemplos de actitud y comportamiento que los padres manifiestan con los demás y con el mundo exterior. Todo lo que deseemos ver en nuestro hijo, primero debemos desarrollarlo en nosotros mismos. La incongruencia entre lo que se dice y se hace resulta muy negativa y deslegitima a los padres.
· Comparar entre hermanos. La tendencia de los padres de comparar a sus hijos es natural. Sin embargo, cada hijo es diferente y requiere una educación distinta, un trato individualizado. Comparar perjudica la autoestima del niño y puede ocasionar envidias y celos, causantes de fracturas en las relaciones entre los hermanos.
· Enfados, gritos y menosprecios. Los padres no deben perder los papeles delante de los hijos. Aunque los hijos incurran en desafíos o provocaciones, deben controlar siempre su actitud. Sin embargo, las madres y padres perfectos no existen. Pueden darse situaciones en las que es difícil mantener la calma, en la que la impaciencia o una circunstancia nos desborde, llegar a hablar u obrar fuera de razón. Si en algún momento se nos escapa una frase hiriente (“pareces tonto”, “no vales para nada”, “siempre me defraudas”), simplemente pedir perdón.
· No poner límites. Para educar a los hijos es necesario, además de procurarles atención y afecto, establecer normas y límites ajustados a la edad del niño, y el método para conseguirlo no es otro que la autoridad. Autoridad viene de augeo: ayudar a hacer crecer.
· Vivir a través de tu hijo. A veces los padres reflejan en los hijos sus anhelos o ven en ellos la culminación de los sueños que no cumplieron: estudiar una profesión, practicar un deporte, desarrollar una afición artística… Es muy importante no cometer el error de imponer o alentar a los hijos a que hagan las cosas que tú desearías haber hecho.
· Castigar mal. Cuando el castigo se emplea con excesiva frecuencia o como principal recurso, pierde su efectividad. Por otra parte, si los padres no son tajantes y no hacen que el castigo se cumpla con firmeza hasta el final, perderá fuerza. Pero el castigo debe ser el último recurso de los padres para evitar una determinada conducta. Hay otras alternativas.
En cualquier caso, educar bien tampoco es una tarea imposible. Tener los pies en la realidad y ser conscientes que de nada sirven unos padres “técnicamente muy preparados” pero que no pasan tiempo con sus hijos es la mejor condición para tener éxito. Y, si alguna vez fallamos, tendremos que recordar lo que nos dice el profesor y orientador escolar Julio Fernández Díez: «No actúe con miedo, si alguna vez se equivoca (algo que sin duda ocurrirá, todos nos equivocamos) tendrá innumerables oportunidades de reparar ese error demostrando a su hijo que lo quiere, que lo acepta y que se preocupa por él».