Qué podemos aprender de la crisis del coronavirus
Después de haber paralizado la vida social y económica y causando miles de muertes en todo el mundo, las secuelas de la COVID-19 perduran tanto a nivel colectivo como individual.
Desde que se desencadenó la crisis sanitaria, la mayoría de las personas han experimentado un malestar psicológico aumentado, con sentimientos pesimistas o de desesperanza, soledad y agobio por el confinamiento, incertidumbre laboral y de futuro, preocupación por padecer o contraer una enfermedad grave y preocupación por perder seres queridos.
En mayor o menor medida, la estabilidad emocional de todos se ha visto perturbada, así como también numerosas conductas de nuestra vida: relaciones humanas, ocio, la digitalización aplicada a educación y formación, medicina y compras online, por señalar algunos ejemplos.
Un estudio realizado por un equipo de investigación entre los meses de Marzo-Mayo 2020 dirigido por Nekane Balluerka Lasa, Catedrática de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Universidad del País Vasco, revela que ansiedad, depresión e ira son los componentes fundamentales de la dimensión de estabilidad emocional en relación con los cambios experimentados por las personas durante el estado de alarma por la pandemia de la COVID 19. Por su parte, un metanálisis realizado por investigadores canadienses con datos de 55 estudios internacionales coincide en señalar un aumento en la prevalencia de depresión y ansiedad, poniendo de manifiesto asimismo un incremento de trastorno por estrés postraumático a raíz de la crisis por la COVID 19.
Algunos de los cambios experimentados en emociones y conductas producidos en conjunción con la situación actual de pandemia y de medidas de distancia social se extinguirán a medida que la situación de crisis se supere. Las variables psicológicas que han tenido un mayor impacto (como el miedo a la infección por virus y enfermedades, la manifestación de sentimientos de frustración y aburrimiento, sentimientos depresivos, pesimistas o de desesperanza, sentimientos de irrealidad, miedo de perder a seres queridos, incertidumbre generalizada…) son consecuencia del efecto inmediato de una situación excepcional que no afectarán de forma permanente en el bienestar físico y psicológico de las personas.
Aunque en un plano individual asumimos que las situaciones adversas forman parte de la vida del ser humano, no éramos suficientemente conscientes de que como sociedad también podíamos ser vulnerables. Este descubrimiento, por más que obvio, posiblemente sea una de las enseñanzas más inmediatas de esta crisis.
Al tiempo que hemos conocido la incertidumbre, el desbaratamiento de todos los planes y la fragilidad, hemos podido descubrir que algunas de nuestras prioridades estaban equivocadas. De repente, se nos hizo patente el valor y la fuerza de las pequeñas cosas que disfrutábamos sin otorgarles excesiva importancia hasta que las perdimos, las satisfacciones sencillas de nuestra vida diaria que de repente nos vimos privados de hacer.
El aislamiento temporal de nuestros seres queridos nos ha hecho ser más conscientes de que son fundamentales en la vida. Hemos podido reconocer y revalorizar la comunicación directa con los demás, la necesidad de relacionarnos cara a cara con las personas más cercanas, porque no es suficiente lo que nos dan las redes ni nos alcanza con la comunicación descorporeizada de las relaciones digitales.
Otra lección que quizá hayamos aprendido es la importancia de la responsabilidad, la empatía y el civismo como valores imprescindibles para la convivencia social. La pandemia nos ha revelado que somos radicalmente interdependientes, que cada uno de nosotros somos también responsables de todos los demás, que frente a la irresponsabilidad frívola de la conducta de algunos que ponen en peligro la vida o el bienestar de otros debe imperar la conciencia del cumplimiento de una responsabilidad social.
Aunque no todo tiene su lado bueno («Vivimos bajo la tiranía del pensamiento positivo. Nos invitan a que pensemos en términos de oportunidades, de “interesante desafío”», según Svend Brinkmann), sin embargo la mejor manera de afrontar una crisis es esforzándose por aprender algo de todo lo que acontecido.